El actor nos contó sobre sus comienzos y sueños, su amor por los títeres y lo que significó para él su viaje a Europa haciendo teatro.
– ¿Cómo llega la actuación a tu vida?
– Desde chico subir a un escenario para mi era algo especial. Yo nací en un pueblo y mi papá era el que organizaba las fiestas patronales. Él era quien se encargaba de los escenarios. Yo subía a zapatear y a cantar, me gustaba. En la escuela siempre fui un chico muy participativo y después, de grande, no he perdido la capacidad de jugar. Básicamente el teatro es un juego, sea comedia, drama o lo que sea. Qué mejor lugar para jugar que el teatro. Y que mejor para mi, que amo jugar, hacer de mi profesión ésto. Además un privilegio y un honor.
– Y este juego te ayudó a superar los difíciles momentos de tu adolescencia.
– Absolutamente. A mi el teatro, siempre lo digo, me cambió la vida. Me la cambió pero radicalmente. Transformó a un niño, a un salvaje suelto, a un ser más civilizado. Y a medida que iba evolucionando, he ido creciendo. Lo intelectual te da conocimiento, la lectura, la avidez por saber de lo que vas a interpretar, el profundizar los personajes hace que te preguntes también cosas de tu propia vida. Eso hace que vayan juntos. Si ves un defecto en un personaje y lo encontrás en vos, seguramente después querrás modificarlo.
– ¿Fueron difíciles esos primeros trabajos?
– En realidad siempre es difícil. Creo que como cualquier actor que es conciente te pasa que siempre antes de entrar a escena, y con todo le público sentado, te hacés la misma pregunta de qué hago yo aquí. Después del primer empujón te das cuenta que nadás en lo tuyo. Pero al principio es “¿qué hago yo aquí?”. Yo supongo que eso hace que siga haciendo el trabajo con la misma responsabilidad siempre, con el mismo amor. Supongo que el día que yo no sienta eso será el momento en que yo me baje de las tablas.
– ¿Cuáles eran tus sueños en esos primeros años?
– Yo soy de la camada donde los sueños eran llegar a poder ser un buen actor. Después, lo demás, son cosas que fueron apareciendo. Para mi, la fama y todas esas cosas nunca fueron como importantes. Fue apareciendo el reconocimiento, el respeto, de la gente y de tus pares, eso sí es un valor que quizás uno busca. Yo por lo menos lo busqué como objetivo. Prefiero que la gente me quiera y me acepte primero como persona, y si a eso le suma la profesionalidad, bueno, estoy completo.
– ¿Y el Roly Serrano titiritero cómo te encuentra?
– Los títeres fueron como un recreo en mi vida. Yo era actor en Córdoba, y Silvina Reinaudi, que ha sido mi alma mater en muchos sentidos, tenía un programa de televisión en canal 10. Un día me invitó, y salió tan lindo que me contrataron para seguir yendo. Desde el momento que me coloqué el títere en la mano, no me lo saqué más, porque le agarré un tremendo amor. Durante muchísimos años me dediqué solamente a hacer teatro para chicos. Escribí para niños y dedicarme a trabajar con la comunidad educativa paralelamente al arte. Fueron durante 10 o 15 años que hice solamente a eso, hasta que un día me enojé mucho con los niños. Me había cansado de ellos y sentí que no podía más trabajar con ellos si me pasaba eso, si sentía rechazo. Pero era por una saturación lo que me había pasado. Así que ahí volví a enfocar mi trabajo. En ese momento dejé títeres, dejé todo, habíamos hecho muchas cosas con Silvina, historias en Buenos Aires con un grupo que se llamaba “Asomados y escondidos”, trabajamos con Hugo Midón, creamos en canal “Cablín”. Ella era la cabeza pensante del grupo y yo era el que llevaba adelante las ideas. Y hemos paseado el mundo con los títeres. Por eso ha sido una etapa muy importante para mi. Quizás esa etapa fue también la de mi formación, la de la limpieza interior mía en muchos sentidos. Y la de enfocar qué es lo que realmente quería hacer, si quería ser un miembro de la farándula o si quería ser un comunicador social, un artista, un actor.
– Hiciste muchas obras, mucho cine y mucha tele ¿podés elegir algún medio donde te sientas más cómodo actuando?
– Yo supongo que para un actor es muy difícil elegir un medio, porque pertenece a los tres. Elegir sería como desmerecer al otro. Yo quizás no podría hacerlo porque me siento tan cómodo en cada uno de los medios en que trabajo. Uno puede tener preferencia, como los amigos o como los hijos, y está del lado del teatro. Nací en el teatro, me formé en el teatro y sé que voy a morir en el teatro porque es el elemento que me pertenece. Yo hoy si quiero hago una obra en el galpón de mi casa, y vendrán cinco a verme, pero es mío, me pertenece.
– Con “El desarrollo de la civilización venidera” de Daniel Veronese tuviste la oportunidad de hacer gira por Europa, ¿cómo estuvo esa experiencia?
– Llegó en una etapa alta de mi oficio. Yo me niego a decirle carrera porque parece que le quiero ganar a alguien y no le quiero ganar a nadie. Por eso le pongo “oficio”, “profesión”. Quizás me llega en un momento especial, ya llegando a la adultez. Entonces este tipo de experiencias solamente me demuestra de que he venido bien creciendo como actor porque me permito pasar de “¿Y dónde está papá?”, a “Feliz caño nuevo” en Carlos Paz, y hacer Ibsen en Europa entre los mejores grupos de teatro del mundo. Es como un privilegio absolutamente enorme. Eso como experiencia es lo único que yo sé, que estoy seguro que me voy a llevar como recuerdo. Todo lo demás se borra. Las fotos se sacan de las paredes, las revistas se ponen amarillas, los videos se enmohecen, lo único que queda es lo que yo soy capaz de hacer y lo que le dejo a la gente, como artista o como persona.